miércoles, 14 de marzo de 2012

Bartlett, el cambio. Riesgos de reconciliar. Aliados al acecho. Comando Norte informa

Ejemplo de la amorosidad condescendiente, la postulación de Manuel Bartlett para senador condensa las contradicciones, retos y expectativas de la izquierda electoral.

Largamente estigmatizado por el papel que jugó en favor de Carlos Salinas de Gortari en los comicios de 1988 (cierto es que el presidente en funciones era el siempre flotante Miguel de la Madrid, pero desde mucho antes de la hora de las urnas ya había dejado el mando político del país prácticamente en manos de quien había sido su secretario de Programación y Presupuesto y luego candidato presidencial), el entonces todopoderoso secretario de Gobernación se convirtió muchos años después, siendo senador por el PRI –de 2000 a 2006–, en un puntilloso defensor de lo que en términos generales se conoce como el nacionalismo revolucionario (en especial en la vertiente de los energéticos), en contra del neoliberalismo al que sirvió primero durante todo el sexenio de De la Madrid, estando a cargo de Bucareli con mano dura y en medio de diversas historias turbias, y luego como secretario de Educación Pública, desde el día en que tomó posesión Salinas como presidente de la República hasta que fue postulado como candidato a gobernador de Puebla, obviamente con la benevolencia del jefe político máximo, pues en aquellas épocas tales postulaciones dependían de la personalísima decisión de quien viviera en Los Pinos.

Al menos para quienes colmaron plazas públicas y sostuvieron una intensa lucha en denuncia de un fraude electoral, en el que asignaban a Bartlett una responsabilidad de primer nivel, ha de resultar incongruente tener como compañero de viaje en busca de cambios políticos profundos al mismo personaje antaño tan vituperado. Sin embargo, la reconversión del poblano (su padre, Manuel Bartlett Bautista, fue gobernador de Tabasco) ha sido impulsada y defendida por el propio Andrés Manuel López Obrador, en consonancia con su romanticismo político de novedad y arguyendo la necesidad de entrar a una etapa de amplia reconciliación.

Por otro lado, Cuauhtémoc Cárdenas, quien podría suponerse que sería el primer interesado en cerrar el paso a su presunto verdugo, apenas reaccionó quejándose en general de la mala calidad de los procesos perredistas de selección de candidatos y, ante la insistencia para que fijara postura respecto a Bartlett (con quien ya ha compartido escenarios en defensa del petróleo), simplemente lo exhortó a que dé a conocer el papel que jugó en aquella elección histórica (a propósito, es importante señalar que las continuas acusaciones contra quien ocupaba la Secretaría de Gobernación en 1988, desde donde se controlaba realmente el proceso electoral, conforme a los usos políticos en vigencia, no se circunscribieron al episodio específico de la presunta caída del sistema de conteo electoral, que le asignó una etiquetación de la que no se ha podido despegar, sino al manejo global de ese proceso y a las tareas sistemáticas de adulteración que habrían tenido como sintético punto el momento en que la maquinaria oficial cayó y calló, para luego restablecerse con cifras oficiales que favorecieron a Salinas).

Más allá de las circunstancias específicas de quien ahora es candidato senatorial por el Movimiento Progresista sin renunciar al PRI, y del daño o el beneficio que su figura adjunte al tabasqueño, que por segunda y última vez busca la Presidencia de la República, el tema principal para la izquierda podría ser el de los riesgos de deformación y debilitamiento a partir de la estrategia electoral que impuso López Obrador bajo la denominación de República Amorosa, que no es sino una coartada para filtrar la tesis de una reconciliación pensada más en términos de rentabilidad electoral inmediata (pensando que los viejos lobos de mar que le cerraron el paso en 2006 se creerán la nueva doctrina romántica y bajo ese influjo cambiarán su animadversión contra él) que de reconstrucción seria, estable y profunda de la terrible situación en que el panismo ha sumido al país durante dos sexenios.

La reconciliación es posible, y deseable, pero desde posiciones de poder ganado, no como estrategia de campaña electoral que sirva para abrigar candidaturas perniciosas, abrir el paso a oportunismos sabidos y traiciones más que previsibles y consolidar facciones que hoy le ofrecen falso apoyo, esperando que pierda en esta segunda opor- tunidad y al fin se retire a su afamada finca chiapaneca de descanso, ganadoras desde ahora de posiciones firmes que definirán el futuro de esa izquierda electoral si la apuesta presidencial andresina no triunfa. Sólo por dar un par de ejemplos: Ebrard y Camacho ya trabajan en el frente amplio al estilo uruguayo que han anunciado que buscarán arrancar si AMLO no gana, compitiendo con Morena, y los Chuchos y sus aliados, como en 2006, son ya los principales ganadores del reparto de posiciones viables rumbo a las cámaras.

Nunca buscada la organización social verdadera, concentrado todo en los afanes electorales, sin vocación de autocrítica, dejadas muchas decisiones al vaivén de las visiones del liderazgo personal, el movimiento social nacido en 2006 podría quedar rebasado por los posicionamientos de poder que van consiguiendo sus adversarios mercantilistas.

Astillas

Desde algún lugar del Senado estadunidense, el general en jefe del Comando Norte, Charles H. Jacoby, ha considerado inaceptable el número de muertos habido en México el año pasado a causa de la guerra contra el narcotráfico, y ha dicho que la detención de capos no ha tenido un efecto apreciable positivo… Mientras tanto, el felipismo prepara escenarios, jugando a hacerla de emoción (ya casi, en Los Cabos), para la aprehensión por motivos electorales de El Chapo Guzmán… Y, mientras Saltillo y Nuevo Laredo viven nuevos combates que dejan sangre pero, sobre todo, agravan el sentimiento colectivo de inseguridad extrema, ¡hasta mañana, en esta columna que escucha al nuncio apostólico precisar que los candidatos presidenciales nomás están invitados a misa, no a dialogar con Benedicto 16!




Fuente: La Jornada