sábado, 24 de marzo de 2012

Megaproyectos turísticos amenazan las áreas naturales protegidas en Chiapas

Palenque parece ser el epicentro de la inminente reconversión cultural y productiva

Autoridades e inversionistas prevén la resistencia de pobladores y prestadores de servicios

Palenque, Chis. Un fantasma recorre las regiones indígenas de Chiapas: la expansión territorial y económica del turismo trasnacional, que pone en riesgo la vida productiva, la cultura maya milenaria y el medio ambiente, elementos que la propaganda de los inversionistas dice, por el contrario, proteger. El epicentro de la inminente reconversión cultural y productiva está en Palenque, pero también apunta a las lagunas de la selva Lacandona, principalmente Miramar, todavía uno de los grandes prodigios naturales de México.

Los inversionistas se frotan las manos en Palenque. A pesar de los contratiempos de orden social que han despertado los proyectos y megaproyectos programados para la región (expresados en la oposición activa de comunidades indígenas en resistencia que serían afectadas), y a imprevistas limitaciones presupuestales durante el actual gobierno, se calcula que en dos años, con la notable zona arqueológica como epicentro, esta región del norte chiapaneco entraría al mercado global –específicamente dirigido al consumidor estadunidense– como destino de primer nivel, de aventura light (tipo Costa Rica).

Durante el gobierno calderonista se ha proclamado que estos proyectos turísticos y de comunicaciones detonarían el desarrollo.

De acuerdo con el testimonio de un agente turístico de amplia experiencia, que de manera enfática solicitó el anonimato, pero está plenamente identificado por este reportero, las autoridades pretenden privatizar el destino, esto es, privatizar las áreas naturales protegidas, y en los hechos ya se fusionaron aquí las secretarías de Turismo y Medio Ambiente y Recursos Naturales, así como el Instituto Nacional de Antropología e Historia, en un proyecto que cuenta con el apoyo financiero de agencias estadunidenses como USAID.

El informante prevé, como también lo hacen las autoridades y los inversionistas, la resistencia de pobladores y prestadores de servicios tradicionales, que serían desplazados por una nueva generación de guías, mientras los transportistas serían relegados por un simpático tren arqueológico o por autobuses que trasladarían a los turistas directamente del nuevo aeropuerto, cuya construcción ahora sí parece avanzar.

Con dicha fusión institucional se busca superar las incómodas contradicciones y confusiones legales entre parque nacional, zona arqueológica y zona turístico-hotelera. Van por todo, dice el entrevistado. Las grandes cadenas hoteleras construirían sus hoteles en los alrededores de la zona arqueológica (a 9 kilómetros de la ciudad de Palenque), con centros comerciales y todos los servicios. Esto es, un turismo enlatado que prescindiría de los servicios de la población local.

Como se ha visto en años recientes, el principal obstáculo son las poblaciones indígenas consideradas en el proyecto (como las que viven en Agua Azul, Agua Clara o Roberto Barrios), donde los pobladores están divididos o enfrentados, unos en favor de los proyectos, otros en resistencia.

En el área medular de Palenque existen sobre todo dos propiedades que, de no aceptar venderlas a precios de risa, serían expropiadas, y ya aseguraron los mecanismos para que intervenga la fuerza pública, si es preciso, en la comunidad indígena El Naranjo, vecina de la zona arqueológica; la otra son unas cabañas turísticas en el área protegida. Ello se asegura a los grupos de guías que son entrenados en el proyecto binacional para un turismo de nuevo tipo que se avecina.

Los guías han sido seleccionados en comunidades choles, tzeltales y lacandonas, entre los grupos oficialistas, evitando que tengan vínculos entre sí. Su formación omite conocimientos históricos, en favor de un turismo de naturaleza y un entrenamiento de sobrevivencia diseñado para los modos gringos; hasta los alimentan (a los indígenas) con hamburguesas Burger King, como si fueran la gran cosa.

Fuente: La Jornada