miércoles, 16 de mayo de 2012

El fantasma represor de Atenco. Córdoba, Veracruz. Córdoba, Televisa (y Dante). Fuentes, la ignorancia y EPN

Tanto se esmeró Enrique Peña Nieto un viernes reciente en la Universidad Iberoamericana en reivindicar el espíritu represivo mostrado por su gobierno en San Salvador Atenco que ahora ese fantasma golpeador le acompaña en algunos de sus actos entrañables de campaña.

Al día siguiente de su accidentada excursión por el territorio educativo de los jesuitas en Santa Fe, viajó a Saltillo, capital del estado administrado por sus solidarios hermanos Moreira, y allí algunos de quienes protestaban contra el candidato presidencial de tres colores fueron golpeados por dirigentes priístas amablemente observados por policías municipales ( http://bit.ly/JE9OaZ ).

Ayer, en otra demarcación entregada a él en términos presupuestales y ejecutivos, en el Veracruz de Javier Duarte, el de las maletas millonarias voladoras, el neofranquismo marinado y el periodismo crítico amenazado y asesinado, otros opositores a Peña Nieto fueron castigados físicamente, esta vez en Córdoba.

(Los organizadores de esta protesta se esmeraron en advertir el carácter pacífico y no partidista de su movilización, como puede comprobarse en http://bit.ly/Mhjs5Y, pero aún así hubo amenazas previas y acción represiva puntual, como si se quisiera mandar un mensaje amenazante a quienes organicen otras manifestaciones contra Peña Nieto e insistan en recordarle el asunto de Atenco. Ese riesgo de la provocación montada, y del manejo tramposo de los medios de comunicación para enjaretar a los opositores la culpa de actos violentos generados desde el poder, es una de las consideraciones que deben tomar en cuenta quienes de buena voluntad exploran la posibilidad de asistir a una manifestación anti EPN en el Zócalo capitalino que tiene josefinistas promotores, no tiene nada que ver con el lopezobradorismo y puede ser usada en contra, sobre todo si hay violencia sembrada, de la candidatura de izquierda a la que pretenden endilgarle una campaña de odio contra el aspirante priísta).

No es casual que las agresiones a disidentes se produzcan en entidades gobernadas por personajes entregados a la causa peñanietista: los Moreira y Duarte se juegan hasta su libertad personal en estos lances electorales, pues el dinero público y el ejercicio de gobierno han sido puestos al servicio de la causa priísta con un descaro que en ejercicio recto de la justicia les significaría sanciones penales. Tampoco es casual que sean los golpes y la provocación los elementos escogidos para enfrentar la creciente oposición a EPN, pues él mismo se esmeró en la Ibero en desatar los demonios de la celebración diazordacista de la violencia como método para enfrentar protestas sociales, en fomentar insidiosas acusaciones macartistas contra jóvenes en protesta y en reivindicar para sí el oprobioso papel de comandante en jefe de la Operación Garrote que de Atenco ahora promete, con firma ante notario público o sin ella, cumplir en el país entero.

Otro efecto derivado de las enzarzadas andanzas de Peña Nieto ha sido la arremetida de Televisa, mediante un personero manejado a través de cable, contra la destacada periodista Carmen Aristegui. A pesar de que la entrevista realizada por ella al aspirante priísta fue opacada por los más llamativos sucesos de la Universidad Iberoamericana, la empresa que tiene a Emilio Azcárraga Jean como principal accionista reaccionó con una mezcla de enojo, celo y despecho ante el enfoque de Aristegui que preguntó al cliente frecuente y destacadísimo de Televisa, EPN, sobre su relación y dependencia respecto a ese poder de pantalla y, además, respecto al proyecto de telecomunicaciones y competencia en este sector que desarrollaría en caso de llegar a Los Pinos.

Obligado por las circunstancias, Peña Nieto dijo que nada debía a Televisa y pronunció palabras que a los oídos de su principal casa promotora pudieron haber sonado discordantes. Para criticar ese manejo periodístico, y acusarla de ser un instrumento al servicio de Carlos Slim, Televisa recurrió a uno de sus aliados menores, Alejandro Puente Córdoba, presidente de la Cámara Nacional de la Industria de Telecomunicaciones por Cable (Canitec) y directivo de Efecto TV.

Puente Córdoba, por cierto, va en lugar privilegiado en la lista de candidatos al Senado por la vía plurinominal presentada por el Movimiento Progresista pero, en realidad, como concesión o negociación específica de Dante Delgado, el habilidoso dueño de lo que antes se llamaba Partido Convergencia y ahora con oportunismo es el Movimiento Ciudadano. Así como en otros partidos se ha abierto la puerta a representantes de Televisa y Televisión Azteca para que formen lo que se ha dado en llamar la telebancada legislativa y desde las cámaras defiendan el interés de esas empresas, el comerciante Delgado desplazó de las propuestas de izquierda a Porfirio Muñoz Ledo para tratar de garantizarle seis años de fuero y poder a Puente Córdoba, un títere de Televisa enviado a agredir a Aristegui con estupideces, según la propia periodista dijo ayer al aire (en http://bit.ly/JBBQEf puede leerse sobre el tema).

Peña Nieto está enturbiando el proceso electoral con su reivindicación de la fuerza para preservar el orden y la paz, con las réplicas violentas contra opositores a cargo de grupos de choque solapados por las autoridades locales alineadas con el candidato priísta y con el aliento a posturas de intolerancia y golpeteo como las manejadas a través de un personaje manipulable por Televisa (al que Dante Delgado ha promovido para que sea senador de izquierda) contra Carmen Aristegui y las también expresadas en el programa de radio que ella conduce contra Jenaro Villamil, otro periodista con suficientes datos y evidencias del juego pervertido de mutuos apoyos entre la principal televisora mexicana y su vacuo producto presidencial de temporada.

Y, mientras la muerte del gran escritor Carlos Fuentes ayuda a recordar su grave advertencia de que Peña Nieto no tiene derecho a querer ser presidente de México a partir de la ignorancia, ¡hasta mañana!




Fuente: La Jornada