viernes, 29 de marzo de 2013

La tristeza del FMI. Fracaso privatizador. ¿Reformas exitosas?

¡Qué lástima! Desagradecidos, como siempre, México y sus habitantes provocan doble tristeza al siempre desinteresado Fondo Monetario Internacional: por el fracaso de la reforma al sector eléctrico, y por la existencia de una opinión pública en contra de la privatización energética. Y el organismo financiero tiene razón, porque el FMI, junto con el Banco Mundial, es el padre de la enloquecida cuan veloz carrera reformista (privatizadora y antinacionalista) impuesta al país tres décadas atrás, desde los tiempos de Miguel de la Madrid, la cual estaría a punto de concluir con broche de oro si es que finalmente logra concretar la modernización petrolera.

La Jornada (Roberto González Amador) nos ilustra sobre el desconsuelo del organismo financiero: “la experiencia de México fue citada por el FMI como ejemplo de un caso fallido de reforma al sector eléctrico y de una política de subsidios al consumo de electricidad que beneficia a los estratos de mayor ingreso. Sin embargo, el organismo destacó que en el país existe ‘una opinión pública en contra de la privatización’ del sector energético, hecho que, dice, vuelve más difícil la introducción de cambios legales en esta industria, que por mandato constitucional está en manos del Estado. ‘El fracaso de la reforma en el sector eléctrico en México pone de manifiesto los numerosos obstáculos para una reforma exitosa”, sostuvo el organismo en el informe Reforma a los subsidios en energía: lecciones e implicaciones, publicado este miércoles”.

¡Pobre FMI! Desde el sexenio salinista (diciembre de 1992, para ser exacto, con la reforma a la Ley del Servicio Público de Energía Eléctrica, que permitió la participación corresponsable del capital privado) impuso modernizaciones legales para que el Estado mexicano comenzara a hacerse a un lado (lo que, en 1999, alegremente aceleró Ernesto Zedillo como inquilino de Los Pinos, y profundizaron Fox, en 2002, y Calderón, a lo largo de su estancia en la residencia oficial) en generación eléctrica para que los particulares ocuparan ese espacio. Pero a estas alturas sólo poco más de 40 por ciento de tal generación corresponde al capital privado, especialmente el foráneo, algo que para el Fondo Monetario es sinónimo de fracaso (exige el 100 por ciento).

Lo que es un fracaso para el FMI, en otras latitudes lo ven como señal de alarma. La Cámara de Diputados ha documentado que aunque la CFE conserva, en apariencia, la mayor capacidad de generación eléctrica, ésta se ocupa parcialmente debido a que se privilegia la generación potencial de los permisionarios (privados). Desde el año 2000, los permisionarios venden electricidad a la CFE la cual es colocada en el segmento de la industria que es el más rentable. El doméstico, que es donde se encuentran los mayores problemas y los más altos costos de suministro, se destina a la paraestatal. Entonces, el obstáculo para una reforma exitosa es la presencia del Estado, por menguante que sea.

Por si fuera poco, los permisionarios tampoco corren riesgos debido a que venden la energía comprometida a la Comisión Federal de Electricidad, y aunque se presenten paros o haya menor demanda del energético, la paraestatal tiene que colocar los excedentes al costo que sea necesario; la electricidad no se puede almacenar y la CFE tiene que buscar que se consuma en el momento que se genera. Las altas tarifas de la electricidad no son producto exclusivamente de la energía generada por el servicio público, también se derivan de los altos costos de interconexión de los productores independientes y del gas natural, que es el único combustible que utilizan los productores independientes (PIE).

De acuerdo con los eufemismos tecnocráticos, la intención gubernamental nunca ha sido privatizar el sector eléctrico, pero en los hechos la CFE ha disminuido sus niveles de generación y, en consecuencia, sus ventas, debido a que el número de concesiones al sector privado se ha incrementado considerablemente. Actualmente (2011) la Comisión Reguladora de Energía tiene autorizados 772 permisos, con una generación de electricidad de 166 mil 700 GW hora/año. En los últimos años la generación de energía eléctrica por parte de los permisionarios privados aumentó a una tasa media anual de 26.4 por ciento, destacando el crecimiento y volumen generado de los PIE, el autoabasto y la cogeneración: su contribución en el volumen generado pasó de 4.3 en 2000 a 40.3 por ciento en 2009 (y contando).

Lo anterior no pinta para un fracaso, como afirma el FMI, porque en dos décadas se privatizó casi la mitad de lo que oficialmente no se privatiza; sólo se moderniza. Y mientras los usuarios ven cómo impunemente la factura por consumo de energía eléctrica se incrementa a pasos agigantados, la CFE paulatina y silenciosamente se retira de la cancha para que el capital privado ocupe sus posiciones y llene sus alforjas.

También triste por la existencia de una opinión pública en contra de la privatización, el FMI no se explica por qué los mexicanos reaccionan de esa forma, pues la política privatizadora de cinco gobiernos al hilo (el sexto está en funciones) y la venta de garaje inaugurada 30 años atrás sólo ha traído plena felicidad a los consumidores, pujante crecimiento económico, millones de empleos formales a escoger, abundante ingreso y tantas otras gracias.

¿De qué se queja esa opinión pública? Pues de la privatización, rescate y posterior extranjerización de la banca (con comisiones e intereses descomunales, que sólo saquea y ha dejado para mejor ocasión el fomento del crecimiento económico de México), las telecomunicaciones (elevadísimas tarifas y pésimo servicio), las carreteras (que más tardan en construirse que en rescatarse con recursos del Estado), de los ferrocarriles (que sólo sirvió para armar un monopolio privado, el de Germán Larrea, y dejar a millones sin transporte), de la electricidad (parcial pero ascendente, con abultadísimas y crecientes facturas) y, en fin, de las líneas aéreas, los aeropuertos, los fertilizantes, el acero, la petroquímica, la minería y tantos otros renglones de la actividad económica, para que al final de cuentas el país se mantenga en la lona, los barones en la luna y el FMI en la tristeza.

Las rebanadas del pastel

Y cuando a sus domicilios llegue el siguiente recibo de la CFE, no olviden lo triste que está el Fondo Monetario Internacional.





Fuente: La Jornada | Carlos Fernández-Vega